Afortunadamente, el interés por la problemática psicológica y emocional ha incrementado y se ha introducido en nuestras conversaciones del día a día. Esto ha fomentado el cuestionamiento de estigmas y creencias falsas de la psicopatología. A pesar de ello, existen muchos temas que siguen siendo desconocidas para la mayoría de población.
En este último grupo tenemos el autismo, sobre el que todavía sigue habiendo multitud de interrogantes. Uno de estos interrogantes es, precisamente, si se puede tener un diagnóstico de autismo una vez adulto.
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Índice
¿Es posible diagnosticar el autismo en adultos?
Habitualmente, se hace hincapié en que, en el caso del autismo, es fundamental obtener un diagnóstico temprano en la infancia. Sin embargo, la vida adulta de una persona con autismo tiene sus complejidades, que a menudo se pasan por alto. Así pues ¿se puede tener un diagnóstico de autismo de adulto?
A continuación, exploramos el diagnóstico de autismo en personas adultas y subrayamos cuáles son las diferencias más importantes entre ser diagnosticado en la infancia y en la vida adulta.
El espectro autista: más allá de la infancia
Como sucede en todos los trastornos, para comprender debidamente el autismo debemos ver más allá de prejuicios y estereotipos e identificar la variabilidad que tiene este trastorno con el paso del tiempo.
Por ejemplo, en la infancia presenta signos en general más evidentes, y se marca de esta forma el camino para un temprano diagnóstico. No obstante, existen casos infantiles de autismo en que los indicios no son tan claros y, por tanto, no se produce este diagnóstico en la etapa de la infancia.
Cuando la persona transita a la adultez aparecen dinámicas y desafíos nuevos. Entonces, algunos patrones de conducta que podrían haberse considerado simples “peculiaridades infantiles” pueden expresarse de manera un tanto diferente, y pueden influir negativamente en las relaciones y la vida laboral del afectado.
Por tanto, la identificación correcta de todo ello, así como una adecuada interpretación retrospectiva, es fundamental para el diagnóstico de autismo en adultos.
¿Qué es el autismo?
Pero antes de nada resulta esencial explicar en qué consiste el autismo. El trastorno del espectro autista o TEA es un trastorno neuropsiquiátrico que se caracteriza por patrones de dificultad en la comunicación, así como limitaciones en el interés y conductas repetitivas. Aun así, el espectro autista presenta diversidad, y en cada persona manifiesta características específicas.
Durante la niñez, algunas de las características típicas del autismo son la falta de contacto visual, el retraso a la hora de desarrollar el lenguaje y la aparición de dificultades cuando se trata de establecer vínculos relacionales a nivel social. Estas características pueden atenuarse con el discurrir del tiempo, pero pueden persistir de alguna manera durante la vida adulta.
En la etapa de adultez, las características del autismo pueden variar de forma significativa. Algunas personas pueden haber aprendido a gestionar mejor sus dificultades en cuanto a las relaciones sociales, mientras que otras pueden enfrentar algunos desafíos bastante marcados. Algunas de las áreas en las que una persona con espectro autista puede presentar dificultades en la adultez son la flexibilidad cognitiva, la compresión de las normas de la sociedad y la adaptabilidad.
Por tanto, entender en profundidad estas características del autismo es crucial para identificar su diversidad en la etapa adulta.
Autismo en la infancia vs. adultez
Ya hemos comentado que el autismo se expresa de maneras diversas dependiendo de la etapa vital en que se encuentra la persona. Mientras que durante la niñez los síntomas pueden ser bastante más evidentes, durante la etapa adulta estos signos pueden volverse mucho más sutiles y diversos.
Los desafíos que enfrentan los niños autistas también varían y se transforman a lo largo de su etapa de crecimiento. Es el caso de los problemas para comunicarse a nivel social, que en la etapa adulta pueden convertirse en dificultades para construir relaciones cercanas o interpretar códigos sociales sutiles. Por otro lado, las conductas repetitivas, etiquetadas quizá como “excentricidades” durante la infancia, pueden influir negativamente en la vida cotidiana de la persona afectada.
Además, la etapa adulta presenta desafíos que son únicos para las personas con espectro autista. El mundo laboral, con sus altas dosis de demanda, así como las relaciones sociales complejas pueden conllevar ansiedad y estrés en estas personas. Cuando una persona adulta con autismo se esfuerza al máximo por cumplir lo que socialmente se espera de ella, puede sufrir agotamiento de índole emocional.
Es fundamental saber que el autismo es una condición para toda la vida, a pesar de que sus características varíen con el tiempo y de una persona a otra. Es crucial, pues, entender en profundidad estas variaciones para apoyar correctamente a estas personas.
Limitaciones del diagnóstico infantil
Ya hemos comentado que el diagnóstico del autismo en la niñez es fundamental para intervenir adecuadamente. Pero el proceso entraña también desafíos importantes; por ejemplo, la presencia de síntomas susceptibles de ser confundidos con los de otros trastornos.
Para diagnosticar correctamente el trastorno durante la niñez, se suele observar la conducta del niño y se realizan evaluaciones de su desarrollo y entrevistas con los progenitores. Todos estos métodos son muy valiosos para obtener un diagnóstico, pero también presentan algunas limitaciones, puesto que a menudo muchos síntomas del autismo no son evidentes hasta que el niño entra en la etapa adulta o, al menos, en la adolescencia, donde las demandas sociales se complican.
Las mencionadas diferencias personales en cuanto a la expresión del espectro autista también pueden resultar una complicación para el diagnóstico. Algunos niños muestran características típicas, pero otros pueden generar en compensación diversas estrategias para ocultar estas dificultades.
En conclusión, podemos decir que todas estas limitaciones en el diagnóstico del autismo en la etapa infantil hacen que muchas personas afectadas alcancen la etapa adulta sin un diagnóstico oficial. Es importantísimo, pues, abordar estas cuestiones durante la temprana detección del autismo.
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¿Cómo se diagnostica el autismo en la etapa adulta?
Diagnosticar el autismo durante la etapa adulta es a veces un proceso bastante complejo, que está marcado por la reflexión y la autoevaluación. De hecho, no son pocos los adultos que descubren su condición de autistas cuando indagan acerca de algunos patrones de conducta que les han afectado.
Así, la identificación de patrones repetitivos es, para muchos, el punto de partida hacia el diagnóstico. Según los testimonios de personas diagnosticadas de autismo en su edad adulta, muchas veces se sienten aliviadas porque encuentran la explicación a sus experiencias infantiles, como la dificultad a la hora de construir amistades o los problemas de índole académica.
La otra cara de la moneda es la carga emocional que eso puede conllevar. El descubrimiento de la condición autista durante la adultez puede generar una reevaluación de la propia identidad y producir el cuestionamiento sobre cómo habría podido transcurrir la infancia si se hubiera producido un diagnóstico temprano. Pese a ello, el diagnóstico en la etapa adulta es una oportunidad para conseguir apoyos y ayuda y mejorar así la vida de los afectados/as.
El diagnóstico de autismo en la adultez
El proceso de diagnóstico en adultos del autismo conlleva una evaluación a nivel exhaustivo por parte de profesionales especializados. Este proceso varía según el territorio y su respectivo sistema de salud, pero existen factores comunes y característicos.
Generalmente, el diagnóstico del autismo en personas adultas se obtiene a través de entrevistas clínicas y una observación de la conducta del paciente, así como evaluaciones psicométricas en algunos casos.
Es importante tener en cuenta que la participación del afectado es crucial. La autoevaluación antes descrita, así como una comunicación abierta de las propias experiencias, facilita herramientas muy valiosas para un correcto diagnóstico. La colaboración de personas allegadas también es un elemento muy importante, pues proporciona al profesional información adicional sobre la conducta del paciente.
El correcto diagnóstico durante la adultez proporciona una mayor comprensión de los desafíos y las fortalezas personales. A partir de aquí, los profesionales tienen la posibilidad de ofrecer recomendaciones concretas que permitan a la persona afectada abordar los desafíos cotidianos. El proceso puede llegar a ser complejo, pero es un paso esencial para acceder a los recursos y los apoyos adecuados.
Desafíos y estigmas asociados al diagnóstico en adultos
El diagnóstico del espectro autista en personas adultas también entraña estigmas y ciertos desafíos de índole social. En este sentido, superar estos prejuicios es fundamental para que triunfe la comprensión y, por tanto, la inclusión social. Para conseguirlo, es necesario una correcta educación pública y el fomento de la conciencia de diversidad del espectro autista.
Como conclusión, diremos que el diagnóstico del autismo en la etapa adulta facilita la comprensión y la obtención de apoyos que son esenciales para mejorar la calidad de vida del afectado. El proceso conlleva desafíos importantes, pero es una oportunidad para afrontar los desafíos cotidianos de forma efectiva. Acabar con los estigmas y fomentar la inclusión son elementos fundamentales para hacer que la sociedad conozca la diversidad del autismo y apoye a estas personas como merecen.
Conclusión
El diagnóstico de autismo en la adultez puede ser un proceso complejo, pero representa una oportunidad invaluable para comprender y apoyar mejor a las personas en el espectro. A pesar de los desafíos y estigmas, este paso permite acceder a recursos que transforman vidas y contribuyen a una sociedad más inclusiva y empática.
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Referencias bibliográficas:
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Newschaffer C.J.; Croen, L.A.; Daniels, J.; Giarelli, E.; Grether, J.K.; Levy, S.E.; et al. (2007). «The epidemiology of autism spectrum disorders». Annual Review of Public Health. 28: 235–58.