Seguro que has sentido miedo en muchas ocasiones a lo largo de tu vida. Y ni siquiera hace falta que tu vida corra peligro para sentirlo: en la sociedad actual, a pesar de que no nos exponemos a las mismas amenazas que hace cientos o incluso miles de años, hay muchas situaciones que pueden provocarnos esta emoción. Ya sea porque tienes que cruzar el pasillo de tu casa a oscuras o porque a un ser querido le están realizando pruebas hospitalarias, existen multitud de estímulos que pueden desencadenarlo. Pero ¿qué es el miedo exactamente y por qué lo sentimos?
A nadie le gusta sentir esta emoción: cuando nos asustamos nos sentimos especialmente vulnerables, y es un sentimiento del que normalmente queremos escapar lo antes posible. Incluso cuando vemos a niñas y niños que se asustan, es muy habitual que lo primero que les digamos sea “no tengas miedo”. Pero no es tan fácil, ¿verdad? La emoción de miedo su utilidad, pero al ser tan desagradable puede resultar difícil encontrarle sentido. Por eso en este artículo hemos querido definir adecuadamente qué es el miedo, describir sus funciones y hacer una clasificación de tipos de miedo y así comprenderlo mejor.
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Índice
¿Qué es el miedo?
Cuando sentimos miedo podemos identificarlo por la percepción de amenaza, de algún tipo de riesgo o peligro. Cada persona lo vive de una manera: hay quien suda o hiperventila, hay quien llega a temblar y también hay quien simplemente se paraliza. Pero la sensación de alarma es común a todas las personas. El miedo es una emoción que se desencadena, precisamente, cuando percibimos algo como amenazante. Es algo así como el sistema de alarma de nuestro organismo. Esta reacción, como ya hemos dicho, puede verse disparada por multitud de estímulos; algunos de ellos pueden ser evidentemente peligrosos, como que te pase por delante un coche que se ha saltado un semáforo en rojo a toda velocidad… mientras que otros pueden ser elementos que en realidad no entrañan un peligro, como una pequeña araña.
El miedo forma parte de las seis emociones básicas: alegría, tristeza, ira, sorpresa y asco. Estas seis emociones son universales porque tienen una función adaptativa, esto es, nos ayudan a sobrevivir. Christine Tappolet, en su estudio, señala que el miedo, al activarse ante una amenaza, desencadena respuestas físicas y mentales que nos permiten reaccionar rápidamente, centrándonos en el estímulo peligroso para protegernos o evitar el daño. Aunque puede ser desagradable, esta emoción es fundamental para nuestra supervivencia. A pesar de que el miedo, la ira y la tristeza se describan a veces como emociones “negativas”, lo cierto es que ninguna emoción es indeseable; es sólo que algunas, como el miedo en este caso, son desagradables. Ahora bien, ya que hemos visto qué es el miedo… ¿para qué está ahí?
¿Para qué sirve el miedo?
Ya veníamos comentando que el miedo activa algo así como una sensación de alerta. Esto es porque su principal función es avisar de posibles peligros o amenazas. Cuando se activa esta emoción podemos tener reacciones de parálisis, lucha o huida (para evitar que nos vean, que podamos enfrentarnos al peligro o salir corriendo). Además, la expresión facial del miedo tiene también sus funciones: una de ellas es que otras personas puedan identificar el posible peligro al verla, y el gesto automático de abrir mucho los ojos al sentir miedo guarda una posible relación con la necesidad de prestar más atención a los estímulos visuales que puedan indicar peligro.
Recuerdo el caso de una paciente que, al sentir miedo al cruzar ciertas calles con tráfico, desarrolló una tendencia a cambiar su ruta diaria, incluso si eso implicaba caminar más. Trabajamos juntas para que pudiera identificar cuándo esta reacción la protegía realmente y cuándo solo era una falsa alarma que limitaba su día a día. Este ejemplo refleja cómo el miedo puede convertirse en una alerta constante, incluso en situaciones que no representan un peligro inmediato, mostrando que aunque es una emoción necesaria, a veces puede sobrepasar su función protectora.
A pesar de todas estas explicaciones, hay personas que siguen considerando el miedo como una emoción inútil y sostienen que “no hay que tener miedo”. Pero… ¿te imaginas cómo habría sido tu vida si nunca jamás te hubieras asustado? ¡Probablemente no estarías leyendo este artículo a día de hoy! El miedo nos protege, nos lleva a alejarnos de situaciones potencialmente peligrosas cuando es necesario. Eso sí, es posible que el miedo no se active solamente en situaciones arriesgadas y es por eso que tenemos que entrar ahora en la clasificación de distintos tipos de miedo.
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Clasificación de los tipos de miedo
Ya hemos visto qué es el miedo y para qué sirve, de modo que ahora podemos profundizar un poco más para conocer los tipos de miedo que podemos experimentar. Si nos ponemos a hacer listas podríamos sacar un número muy extenso de ítems que incluyeran todas las fobias sobre las que se ha escrito: miedo a los espacios cerrados, a las alturas, a viajar en avión, a hablar en público, a las enfermedades, a la muerte… sin embargo, todas estas emociones son del mismo tipo sólo que se ven desencadenados por diferentes estímulos.
Como el objetivo aquí no es hacer una lista interminable de fobias sino una clasificación de los tipos de miedo, vamos a hablar de las dos categorías principales en función del mecanismo que esté actuando: el miedo incondicionado y el miedo condicionado. Finalmente, hemos añadido un tercer apartado para hablar de otras emociones relacionadas con el miedo que pueden verse asociadas con este. Vamos a ver cada una de estas clases con un poco más de detalle.
1. Miedo incondicionado
Cuando decimos que una reacción es incondicionada nos estamos refiriendo a una reacción innata, es decir, independiente de nuestra experiencia. ¿Qué es el miedo incondicionado, entonces? Se trataría del miedo que no es aprendido, que no tiene nada que ver con nuestra historia de vida. A pesar de que pudiera parecer que hay muchos miedos que podrían ser innatos (a determinados animales, por ejemplo) la inmensa mayoría de ellos son aprendidos. Es decir, la mayor parte de las situaciones que nos provocan miedo implican algún tipo de asociación.
Por eso es muy difícil encontrar ejemplos de miedo incondicionado, aunque algunos autores han hipotetizado sobre ello. Existen teorías que sostienen que el miedo a las serpientes o a las alturas, por ejemplo, han sido claves en la supervivencia de la especie y que por ello podrían encajar en esta categoría. Otras teorías hablan de elementos más generales, como pueden ser los movimientos rápidos o repentinos (que podemos asociar con depredadores) o los elementos desconocidos, especialmente si no hay nadie más cerca.
2. Miedo condicionado
Aquí entran la mayoría de nuestros miedos. Dentro de esta clase podríamos encontrar otras tres subcategorías.
- Adquirido por experiencia: Este miedo condicionado se descubrió en un experimento llevado a cabo por el psicólogo John B. Watson, en el que aplicaba los principios del condicionamiento clásico. Mientras un niño jugaba con una rata golpeó fuertemente una barra metálica, asustándolo; de esta manera, el pequeño asoció estar con roedores a sentir miedo y terminó desarrollando una fobia. Este emparejamiento entre el malestar y determinados estímulos está en la base de muchos trastornos de ansiedad.
- Adquirido de forma vicaria: No sólo aprendemos de la experiencia, sino que también lo hacemos por observación. Imaginemos a una persona que no tiene miedo a la oscuridad, pero que ha visto una maratón de películas de terror; en estas películas suele haber escenas de horror en la oscuridad, lo que podría llevar a esta persona a sentir miedo la siguiente vez que se encuentre a oscuras.
- Adquirido de manera simbólica: Los seres humanos también aprendemos de manera verbal. Imaginemos a una niña en cuya casa siempre se hacen comentarios acerca de lo peligrosos que son los perros; incluso aunque esta niña no haya visto ninguno, es probable que se ponga a llorar en cuanto se le acerque uno por la calle (incluso si no es particularmente grande).
Los miedos condicionados son muchas veces falsas alarmas o reacciones desmesuradas, esto es, cuya intensidad de malestar no se corresponde con la situación. Aquí es donde se ve claramente que, si bien el miedo en sí es adaptativo, hay determinadas reacciones condicionadas de miedo que pueden ser limitantes.
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Diferencias entre miedo y emociones similares
Como todas las emociones, puede variar en grado de intensidad. No es lo mismo sentir inquietud que sentir terror, por ejemplo. Pero además de esto, existen dos reacciones relacionadas con el miedo que podemos ver muy claras en determinadas situaciones.
- Ansiedad: Al igual que el miedo, la ansiedad es una reacción de alarma que puede venir acompañada de hiperventilación y otras formas de activación fisiológica y que se desencadena ante una amenaza percibida. La particularidad de la ansiedad es que suele venir asociada a la anticipación, es decir, a eventos que todavía no han ocurrido pero que se perciben como futuros peligros.
- Pánico: Se trata de una reacción de angustia intensa y súbita durante la cual resulta muy difícil emplear el razonamiento lógico. Los ataques de pánico son los episodios a los que coloquialmente solemos referirnos como “ataques de ansiedad”.
Resumen y conclusiones
Esta emoción, aunque desagradable, es una emoción necesaria para la adaptación y la vida. Ahora que tienes más información acerca de qué es y cómo funciona, es posible que lo veas de otra manera tanto en ti como en las personas que te rodean.
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Cómo se trabaja el miedo en terapia
El miedo condicionado, como es que subyace a las fobias, puede ser trabajado con diferentes herramientas: técnicas de exposición como la desensibilización sistemática, reestructuración o defusión de pensamientos irracionales, estrategias de regulación emocional y técnicas para el control de la activación fisiológica como la respiración diafragmática, la relajación muscular progresiva o el mindfulness.
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Referencias bibliográficas:
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Matsumoto, D. y cols. (2013). Lectura de la expresión facial de las emociones: Investigación básica en la mejora del reconocimiento de emociones. Ansiedad y Estrés, 19(2-3), 121-129.
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