Violencia obstétrica: ¿Qué es y cómo puede afectarte?

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Violencia obstétrica: ¿Qué es y cómo puede afectarte? Casi el 40% de las mujeres que han dado a luz en España han sufrido algún tipo de maltrato en su atención al embarazo y el parto; en algunos países esto llega hasta el 75%. Este tipo de violencia, por desgracia tan extendida, no comenzó a identificarse hasta el año 1993 con la fundación de la Red por la Humanización del Parto y el Nacimiento en Brasil. La Organización Mundial de la Salud reconoce el trato irrespetuoso u ofensivo, así como la violencia y la discriminación en los centros de salud durante el embarazo y el parto, como una violación del derecho de las mujeres a una atención respetuosa e incluso una amenaza a su derecho a la vida, la salud y la intergidad física.

La violencia obstétrica puede tomar múltiples formas: algunas incluyen agresiones verbales (comentarios infantilizadores, culpabilización, amenazas), violaciones del consentimiento (ocultación de información, realización de intervenciones sin previo aviso, desestimación de las peticiones de la persona) e incluso agresiones físicas (inmovilización, amordazamiento, uso de golpes). Estos son solamente algunos ejemplos de malos tratos que pueden darse en la atención al parto; muchas personas se sorprenden cuando reciben esta información por primera vez, ya que puede parecer increíble que se den tan frecuentemente abusos que harían saltar las alarmas en cualquier otro contexto. ¿Por qué se perpetúa entonces?

¿Qué es la violencia obstétrica?

La violencia obstétrica se refiere a un tipo de violencia de género que se produce durante el embarazo, el parto, el posparto y en la atención médica relacionada con estos procesos. Esta forma de violencia puede manifestarse de varias maneras, incluyendo el trato irrespetuoso, la falta de consentimiento informado, la medicalización excesiva, la negación de la atención médica adecuada, la discriminación y el maltrato físico o psicológico.

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Algunos ejemplos de violencia obstétrica son la realización de procedimientos médicos innecesarios sin el consentimiento informado de la mujer, el uso excesivo de la medicación, la negación de la atención médica oportuna y adecuada, el trato irrespetuoso, la falta de privacidad, la falta de información clara y comprensible sobre los procedimientos médicos y el parto, la humillación, la falta de respeto a la autonomía de la mujer y la imposición de decisiones médicas sin considerar las preferencias de la mujer y su bienestar.

La violencia obstétrica puede tener consecuencias físicas y psicológicas significativas para las mujeres y puede afectar su salud y bienestar a corto y largo plazo. Es importante abordar este problema y promover un enfoque respetuoso, centrado en la mujer y basado en la evidencia en la atención obstétrica para garantizar la salud y el bienestar de las mujeres durante el embarazo, el parto y el posparto.

Violencia obstétrica: Un problema estructural

 Como suele ocurrir en los casos de discriminación hacia poblaciones concretas, y en las violencias de género como es el tema que nos ocupa, la violencia obstétrica no es un problema concreto de unas pocas personas. Ya has podido ver en el apartado anterior que las cifras son bastante elevadas, por lo que se considera un tipo de violencia institucional; es decir, aquella que se ejerce no en relaciones personales sino dentro de protocolos de actuación de agentes profesionales y funcionarios. De hecho, aunque en primera instancia pudieras pensar que acciones como estas sólo las harían personas poco profesionales o incluso crueles, la realidad es que quienes lo hacen no lo consideran maltrato sino algo normal en su trabajo.

Precisamente por esto, la violencia obstétrica puede ser más difícil de identificar. Muchos procesos violentos, al estar incluidos en la práctica profesional de figuras de autoridad, se normalizan. Ejemplos de esto son el uso de la maniobra Kristeller (empujar con puños y brazos la barriga) o la administración de haloperidol (un fármaco antipsicótico), prácticas cosideradas obsoletas por la comunidad científica que siguen usándose en muchas ocasiones a pesar de estar desaconsejadas por los riesgos que conllevan. Esto puede ocurrir especialmente en los centros privados, ya que no están sujetos a la misma regulación y supervisión que los públicos, pero aún así la invisibilización de este tipo de agresiones está muy extendida en todas las formas de atención sanitaria. De hecho, la normalización de este tipo de prácticas ha provocado gran resistencia por parte de profesionales e instituciones de la salud a reconocer que la violencia obstétrica exista siquiera. Sin embargo, pese a esta reticencia cada vez hay más víctimas que deciden señalar el problema.

La experiencia de quien sufre la violencia obstétrica

Al igual que ocurre con cualquier tipo de violencia de género, la violencia obstétrica no es exclusivamente un problema para las mujeres que pertenecen a colectivos más desfavorecidos (aunque evidentemente esto puede ser un factor de vulnerabilidad). La violencia obstétrica puede afectar a cualquier persona gestante; mujeres cisgénero, hombres trans y personas de género no binario que puedan quedar embarazadas. Las personas racializadas, con diversidad funcional, con cuerpos no normativos o seropositivas pueden ser especialmente vulnerables a estas agresiones y discriminaciones.

Uno de los factores predisponentes que se han identificado es la falta de información sobre qué es normal y esperable en un proceso de parto y qué no lo es, así como el desconocimiento de la propia persona sobre sus derechos. El embarazo y el parto son momentos de gran vulnerabilidad, en los que la afectación física y emocional pueden contribuir a que se acepten determinadas conductas (que, además, provienen de figuras de autoridad). Por eso es especialmente importante que durante el embarazo exista la posibilidad de redactar un Plan de Parto y que este sea revisado para su cumplimiento.

Consecuencias de la violencia obstétrica

No todas las víctimas de violencia obstétrica experimentan las mismas secuelas. Un parto no respetuoso o incluso traumático puede vivirse de maneras diferentes atendiendo a factores como el apoyo social, el estado de salud física y psicológica previo y posterior y el acceso a recursos. A este respecto, un colectivo especialmente vulnerable son las personas que han sufrido violencia previamente, especialmente las víctimas de violencia sexual; esto se debe a que el embarazo y el parto también son procesos que tienen que ver con la sexualidad, y atravesarlos en un contexto de agresión puede retraumatizar a quienes han sufrido abusos sexuales previamente.

Las dificultades psicológicas más habituales tras un episodio de violencia obstétrica son la depresión posparto, las dificultades en el vínculo con la pareja o familia y con el propio bebé, e incluso el Trastorno por Estrés Postraumático. Además, uno de los aspectos más peligrosos de este tipo de violencia es que muchas víctimas dejan de confiar en la comunidad médica y, en caso de tener otro embarazo, pueden evitar acudir a los servicios sanitarios con los consiguientes riesgos para su salud.

La necesidad de prevención y reparación de la violencia obstétrica

A veces cometemos el error de poner todo el foco de trabajo en las víctimas de maltrato, cuando lo primero y más importante es que quienes tienen la posibilidad de ejercer discriminación o violencia no lo hagan. Para trabajar la violencia obstétrica, todo comienza por la prevención. Por eso es necesario hablar públicamente de este problema y fomentar que las instituciones se aseguren de que el personal recibe la formación y la concienciación necesaria para practicar el parto respetado. Y a pesar de que, como decía, la propia persona no tiene la responsabilidad de si se ejerce o no violencia sobre ella, un factor de protección es contar con información para detectar indicadores de violencia; una recomendación es elaborar un Plan de Parto, una plantilla que se puede descargar de manera gratuita y que aporta información para expresar tus preferencias y revisarlas con el personal del hospital. Asimismo, existen asociaciones que ofrecen información y apoyo.

En los casos en los que, desgraciadamente, se ha sufrido violencia obstétrica, la respuesta ha de centrarse en la recuperación. El apoyo del entorno es fundamental, y requiere escuchar sin juzgar ni mucho menos culpar; si una persona que conoces te habla de  su experiencia traumática es muy importante no restarle importancia ni justificar lo ocurrido. Y si eres tú quien ha atravesado un episodio de abuso, puedes recurrir a recursos presenciales y online que organizan los diversos grupos de apoyo y asociaciones de activismo. El parto humanizado es un derecho reconocido por la Organización Mundial de la Salud, y como tal es trabajo de toda la sociedad fomentar que se garantice.

Apoyo terapéutico con perspectiva de género

Como veníamos viendo, la violencia obstétrica puede contribuir al desarrollo de problemáticas diversas como la depresión posparto, problemas familiares y de pareja o incluso un Trastorno por Estrés Postraumático. Si es tu caso, lo primero siempre es recordar que no tienes la culpa de haberlo sufrido. Tanto si tú como alguna persona de tu entorno ha sido víctima de violencia obstétrica, existe la opción de trabajar las posibles secuelas en terapia. Es de gran importancia que la atención psicológica la realice una persona con formación en cuestiones de género, puesto que en caso de no ser así hay profesionales de la Psicología que sin darse cuenta terminan cayendo también en minimizar la violencia obstétrica.

En Avance Psicólogos te ofrecemos atención psicológica tanto por videollamada como presencial en Madrid. Si necesitas ayuda puedes preguntar por nuestras especialidades en terapia con perspectiva de género, psicología perinatal y atención a víctimas de violencia de género. Para ello sólo tienes que escribirnos o llamarnos y buscaremos la mejor alternativa para trabajar lo que necesites.

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Referencias bibliográficas:

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Borhen, M. A. y cols. (2020). Transforming intrapartum care: respectful maternity care. Best Practive & Research Clinical Obstetrics & Gynaecology, 67, 113-126.

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autora del artículo

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Por Andrea Martínez Fernández

PSICÓLOGA - SEXÓLOGA COLEGIADA M-28412

Andrea Martínez es licenciada en Psicología por la Universidad de Deusto. Posee un Máster en Psicología Clínica Basada en la Evidencia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Salud Sexual y Psicología Clínica por la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Especialista en Terapias Contextuales (ACT, FAP y técnicas Mindfulness) por el Madrid Institute of Contextual Psychology. También se ha formado en Psicología Afirmativa en Diversidad Sexual y de Género por el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid. Desde 2019 forma parte del equipo colaborador de Avance Psicólogos ofreciendo terapia psicológica, sexológica y de pareja con perspectiva de género. Además, ejerce como divulgadora y formadora en varias plataformas relacionadas con la Educación Sexual.

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